miércoles, 12 de septiembre de 2012

"Leyendas de Mallorca: el sueldo del Archiduque"

"Había salido a pasear como tenia por costumbre. Siempre que venia a Mallorca disfrutaba de hacer largas caminatas por las posesiones que se asomaban en el impetuoso mar de tramuntana. Las compró una a una, como aquel que escoge las perlas más perfectas para el collar más exquisito. Había viajado mucho, conocía el corazón de Europa, las verdes tierras del Atlántico y los rincones más escondidos del Mediterráneo, pero aquella lonja de tierra que se extendía entre Valldemossa y Deià le había robado el corazón.



Nunca se cansaba de contemplar la silueta de los peñascos recortados sobre el cielo, ni los cambios de color del agua, o los juegos del sol en la puesta, o los retorcidos troncos de las oliveras. Aquel día de verano hacía calor y él ya estaba deseando llegar a S´Estaca, beber un trago de agua cristalina y sentarse a la fresca de la casona para seguir escribiendo su obra. Era una obra extensa y ambiciosa, Las Baleares, descritas por la palabra y el grabado, invertía tiempo y dinero, pero sobretodo le ponía mucha ilusión y delito.



Cuando ya iba a volver para bajar hacia las casas lo vió. Era un carretero que traginaba leña - puede ser para llevársela al horno de Valldemossa, donde hacían unas deliciosas cocas de patata -, pero el mulo se había resbalado y el carro se había caído. Ahora toda la carga, gruesos troncos y ramas de leña fina se encontraban esparcidas por el camino.

El carretero blasfemaba - ya había meldecido a todos los santos y santas que hay en el calendario -, sudaba y renegaba bien apurado. Probaba de levantar el mulo, de poner derecho el carro, de recojer la leña. Pero, aunque era un hombre bien fornido, no podía de ninguna de las maneras. La bestía - con el transtorno - se había renegado, el carro era demasiado pesado para un solo hombre y algunos troncos habían caído cuesta abajo. Él - gorro de palmera pasado hasta las cejas y pantalones remendados, y espardeñas de cáñamo con agujeros en los dedos de los pies, se acercó:

- Hermano, ¿necesita ayuda?
- ¡Ya lo ves! ¡Vaya trino! - le respondió, tomándolo por un porquero o un pastor.

Entre los dos pudieron levantar la béstia y enderezar el carro. Recogieron los troncos y los colocaron de nuevo. El carretero, ya más tranquilo, se secaba el sudor de la frente con un pañuelo. Él sonreía. Entonces, el trajinero metió su mano en el bolsillo de los pantalones, sacó una pieza de cuatro céntimos y se la puso en la mano.

- Tome este dinero, para ir a beber. ¡Y bien agradecido por el servicio que me ha hecho! - le dijo.

El Archiduque lo cogió sin dejar de sonreir. Cada uno siguió su camino.

Cuando llegó a S´Estaca el Archiduque llamó a su secretario y le pidió unas vasijas pequeñas. Dentro de las vasijas metió la pieza de cuatro céntimos y encima escribió estas palabras:

*Estos son los primeros dineros que gané trabajando*

Todavía hoy, si vais a Son Marroig, los podreis ver. El Archiduque, heredero de las fabulosas riquezas del imperio austrohúngaro, ganó honradamente una pieza de cuatro céntimos ayudando a un carretero una calurosa mañana de verano.



Dicen los que le conocieron que fue el dinero que más valoró en toda su vida. El dinero ganado con el sudor de su frente, una calurosa mañana de verano".



Referencia: "Llegendes de Mallorca"
Autora: Caterina Valriu
Traducción: Virginia Leal.

Fotografías: Virginia Leal